Mi tío David, muerto en deportación, y yo, de Jacobo Machover.

Versión en francés

Fragmento de Mi tío David, muerto en deportación, y yo, de Jacobo Machover. Editorial Atmósfera literaria, 2019.

Me he vuelto, con el paso del tiempo, un hombre-libro (los judíos saben muy bien lo que significa, incluso si no se trata del Libro, con mayúscula), y un cubano libre. Un Cubain libre es el título de la biografía que Liliane Hasson, escondida cuando era una niña, en Niza, durante la Ocupación, como Serge Klarsfeld o Simone Veil, le dedicó a Reinaldo Arenas, uno de los escritores más perseguidos de finales del siglo XX, a causa de su homosexualidad, violentamente reprimida por el régimen revolucionario, y porque se había atrevido a publicar sus obras en el extranjero, antes de su exilio en Nueva York, donde murió después de haber contraído el sida. Fue mi amigo y una fuente de inspiración, por su suavidad en el hablar, por su furia bíblica también. Respiraba poesía en su cuerpo y en su mente. Sin duda, podía haber hecho suyas las palabras de Stéphane Mallarmé: “Fuir! là-bas fuir!” (“¡Huir! allá lejos huir!”), escritas en circunstancias distintas y con otra intención. Las suyas eran propias de una poesía bárbara, que no tenía nada que ver con una evasión romántica en busca de una “Brisa marina” que podría empujar a los hombres hacia un lugar más exótico, más hermoso, lejos del tedio, l’Ennui, de Baudelaire. 

Los testimonios de los resistentes a la opresión comunista, muchos de los cuales habían de ser fusilados, o pagarían su osadía con veinte años de prisión (un número fetiche de la revolución, generalmente impuesto a los opositores) o más, merecen aparecer en los libros que quedan por escribir. Algunos ya habían realizado documentales sobre ese tema, como el cineasta Néstor Almendros, quien había filmado, con la colaboración de Orlando Jiménez-Leal y luego de Jorge Ulla, dos películas, Conducta impropia, ésa precisamente de la que eran acusados los marginales, esencialmente los homosexuales, y Nadie escuchaba, ese grito del corazón de los ex prisioneros. No de aquellos que, habiendo defendido la revolución en sus inicios, prefirieron luego refugiarse en un silencio culpable (¡hay tantos!). Yo tenía que concebir mi trabajo en la continuidad de esas palabras, antes de la desaparición de los sobrevivientes. 

Sobrevivientes, no héroes, sino simples hombres y mujeres, a veces adolescentes, que han escrito su paso por esa Historia que arrasó con ellos, que hizo de ellos sus víctimas, a las que nadie nunca hará verdaderamente justicia. Algunos lucharon con las armas en la mano. Otros, los más, sólo con sus palabras, las que usaron para oponerse. Me tocó a mí transmitirlas. ¿Quién lo habría hecho, si no? 

Para no volverme loco en medio de esos testigos desconocidos, o negados por todo el mundo, pero que lograron manifestarse de una forma u otra, también está la carne, que nunca es triste. A través de mis deseos, gracias a ellos, a los amores sin cadenas, he adquirido el conocimiento íntimo de las mujeres, que siempre me han hecho perder mis sueños, hasta convertirlos a veces en pesadillas, que han roto en mil pedazos mi ingenuidad, hasta transformarla en lucidez enfermiza. He buscado la transgresión incesante, con amores lo más distintos posible a mí, para acceder a otros mundos, mientras intentaba inútilmente construir un islote de estabilidad, sabiendo, sin embargo, que llevaba encima un peso inmemorial, que nadie más que yo podía asumir. Un universo de silencio y de huida permanente. Si sólo hubiera vivido una peripecia del universo contemporáneo… No, me ha tocado vivir dos. Y multiplicar las evasiones, por medio del amor, y quebrar las reglas de la moral impuesta para sentir ese aroma de libertad que me ha permitido apartar la omnipresencia, a mi alrededor, de la muerte.