Wallau de G.A. Chaves par Gustavo Solórzano-Alfaro

Versión en francés

G.A. Chaves, Wallau, Valparaíso Ediciones, 2016, 88 pp. [Inédit en français] Costa Rica

Wallau: en el nombre del padre

G.A. Chaves se encontraba en EE.UU. cuando recibió la noticia de que su padre había muerto. Sin posibilidad de viajar, no pudo asistir al funeral. Ahí empezó la elegía y nació Wallau. Donde terminaba el padre empezaba el libro.

Wallau es un pueblo alemán y un personaje de La séptima cruz, de Anne Seghers. La onomástica del padre ido es la presencia que atraviesa Wallau, del costarricense Chaves, un viaje al origen, homenaje y revelación formal; 37 poemas en tres partes.

“I. Petricor”, el olor de la tierra llovida, ese olor característico de la nostalgia: “Ahí donde nunca hay nombres / que alguien silbe el rumor de lo invisible” (p. 16). Ocho poemas, diversos en forma y tono, apuntan al recuerdo y a la reflexión del presente. De la ternura de “Calle Joaquina, Getsemaní” a la ironía de la “Egloga lisérgica”. En el primero leemos: “Una pareja de adolescentes / espera el bus sin esperarlo / porque el lugar al que quieren ir / es el lugar donde ya están sus manos” (p. 15). Por su parte, la égloga, quizá el único texto reprochable del conjunto, ofrece también uno de los mejores versos: “’Dios’ es una palabra que está mal traducida” (p. 26).

“II. Wallau: una elegía” se inserta en una tradición que viene de las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique hasta el potente Luz rabiosa, del chileno Rafael Rubio. En inglés, la referencia la ofrece el texto mismo, al parafrasear a Dylan Thomas: “Do not go gentle… / Wallau, Padre: Do not go gentle…” (p. 33).

El hablante recuerda a su padre. El álbum familiar se nutre de fotografías añejas, de hermanos y tías, de días de pesca y ajedrez: “El tueste de la piel del pescado que almorzábamos / era siempre del mismo ámbar que el de las cervezas” (p. 31). El viaje a la semilla va de una casa con piso de tierra en 1929 hasta Portugal, al descubrimiento de su “judería secreta”. El recuerdo del padre es el descubrimiento del yo : donde muere uno nace el otro: “Después de las lluvias de octubre / han vuelto las lombrices buscando el sol. // Ellas que te han visto, Wallau, / ¿sabrán quién soy yo?” (p. 39).

Esta sección presenta importantes hallazgos formales y combina con inusitada eficacia el verso blanco y el versículo: “Celeste el cielo, blanco el mundo, amarillo intenso el sol que lo recorre. Nunca noviembre brilló tanto. Tan poca paz escondida entre tanto duelo” (p. 46). Los versos se nutren de un ritmo preciso y de una música sutil.

Chaves ha labrado su obra literaria con meticulosidad. Reconocido escritor en varios géneros, en poesía debutó con Vida ajena (2010), uno de los mejores libros costarricenses de los últimos años, que lastimosamente no fue apreciado como correspondía. Ahora, esa “vida ajena” se inserta con total sincronía en este proyecto.

Si en la segunda parte el hablante huía de su nombre y a la vez buscaba su identidad, en esta tercera se funden el nombre del padre y el del hijo: “Pues ya ves, Yahvé, que cuando digo ‘soy’ sólo intento ser Tú en mi traje de Nunca” (p. 81). Completo el viaje, cerrado el ciclo, Wallau sustituye a Vida ajena porque lo contiene, igual que el hijo contiene al padre. Con Wallau tenemos la oportunidad de resarcirnos y asistir a un pequeño milagro. Concluido el duelo, comienza el poema.

Gustavo Solórzano-Alfaro