L’autre Guillermo, le nôtre d’Antonia Sarabias

Déconcertant récit où la réalité et la fiction se mêlent. Une fan croit apercevoir l’écrivain- chasseur, tandis qu’elle nous raconte comment la lecture de ses romans l’a aidée pendant le confinement.

Para Oly, salvaje

Son casi las 10 de la noche, es verano y por eso, aunque es de noche, el calor sigue tan intenso como todo el día, como los últimos 67 días. Estamos sentadas afuera de tu casa, en la banqueta. Hemos logrado salir de tu más reciente evento de despedida. Ya perdí la cuenta, ya estoy hasta la madre de despedirte.

Estamos sentadas en la banqueta porque ya entregaste tu departamento, ese que te dio la bienvenida después de tu separación, ese que seguramente te vio llorar, pero, sobre todo, ese que te vio recogerte cachito por cachito y volver a construirte.

Sentadas en la vil banqueta, sudando el verano de Lost, la ciudad en la que coincidimos y de la que ahora te largas…y a mí se me larga la ciudad que es contigo, la vida que es contigo. Estamos fumándonos unos cigarros asquerosos que convenciste a yo no sé quién de que te regalara, y es que el mundo está en puta pandemia y los putos Oxxo ahora resulta que abandonaron su puta necedad de ofrecer comida chatarra y de más venenos las 24 horas y están cerrados.

Estamos otra vez hablando de nuestras fracasadas vidas amorosas, bueno de la tuya. Porque yo no he podido decirte que en vez de acompañarte al tercer evento de despedida, me quedé en casa teniendo una conversación con mi marido, digna de magnates budistas daneses y que, yo también, me voy a divorciar.

¿Cómo? Si soy tu ejemplo de estoicismo y lucha, ejemplo vivo del “y vivieron felices para siempre”, “y superaron todo con buena comunicación”. ¿Cómo te puedo salir con eso en nuestra última noche juntas? Qué chinga, tú fuiste quien me ayudó a organizar mi boda. A las dos nos entristecía hasta la médula que en Lost no hubiera buenas librerías, por eso nos hicimos amigas, creo que por eso hasta te animé a traer libros de donde fuera y venderlos, sólo yo te compraba.

Nos fumamos esas cochinadas que conseguimos, se me ocurre que tal vez debería subir a tu antiguo departamento y ver si ahí, termino de romperme, a ver si las paredes guardan la memoria de tu reconstrucción y me echan una manita…Y mientras, ahí en la banqueta, me enseñas el símbolo más representativo de nuestros primeros días en Lost, cuando correteábamos las pocas revistas “buenas” que llegaban del D.F. como si fueran nuestra última posibilidad de conexión con el mundo exterior … Y ahí está la que sobrevivió a todas tus mudanzas, tu estandarte de victoria, esa Gatopardo increíble con El Cazador en la portada, la Gatopardo de Arriaga.

Y yo que creía que esta noche no me daría tiempo ni de empezar a explicarte mi huracán, veo que vamos cayendo en una de esas noches donde Arriaga lo inunda todo.

Sí, ahí está.

¿Neta?

¡Sí!

¿Se salió de la revista o qué pedo?

Cómo se va a salir de la revista, ni que fuéramos Mary Poppins, -te ríes y me río, pero sí, ahí está, debajo del farol de la calle, nos observa.-

¿Qué le decimos?

Cuéntale cuando un día para convencerme de leer El Salvaje me confesaste que te había cautivado, pues aún estaban tan grabadas en tu recuerdo las azoteas de tu infancia, sólo para que más tarde, tu madre te dijera en mi presencia que no inventaras que en Monterrey no había ni azoteas, mucho menos azoteas con chinchillas, a las que te hubieras trepado.

El Cazador nos sigue observando y se sigue riendo. ¿De qué se ríe?

Vamos a provocarlo, le confesamos que siempre nos guardamos la celda del reclusorio como el lugar especial para ir, para repasar una y otra vez las palabras, el olor, el color, el momento exponencial, brutal entre Marina y JC.

¿Habrá sido coincidencia que justo cuando el mundo se enclaustró nosotras explotamos con las palabras y los olores de El Cazador? ¿Fuiste tú la que me dijo una vez que hay encuentros que eran citas? No, no fuiste tú, ¿fue Borges? ¿Sabes? Sí, teníamos una cita: con los lobos, con Belem y su revolución, con el caos y la danza de Marina, con las cicatrices y la tristeza de Chelo, con nosotras y con esta banqueta.

¿Sabías que Guillermo Arriaga no llora?

¡Claro que sabía!

¿Sabes por qué?

Porque le fueron dadas pocas lágrimas, iba a arrancar tantas con sus historias que el Universo no podía costear semejante desproporción. “No, tú tendrás muy pocas, para balancear todas las que van a brotar, por tus cuentos, por tus historias”… le dijo el Universo a El Cazador. Entonces, Guillermo no llora por una razón de balance universal.

¿Es neta?

Claro. -Siempre me crees, o haces como que me crees y eso es suficiente.-

El pacto con Arriaga se cerró en esta pandemia. En este primer fin del resto de nuestros días, en esta fiesta de tu despedida. Sus lobos, sus traiciones, sus amores y los amigos de sus amores fueron bombas atómicas, explosiones, terremotos que dejan tsunamis y olas agitadas a quienes le pasan. Porque no nos confundamos, este Señor no hace libros que se leen. Nada más falso. Escribe libros que te pasan. Como te pasa el amor, el odio, la vida, como la luna le pasa al mar.

A ti y a mí nos pasó Chelo y nos pasó Sergio y Juan Guillermo, nos pasaron no más pa darnos una caladita de eso que le dicen sobrevivir, sobrevivir para ni más ni menos que amar. Hay mucha más verdad en entender El Salvaje como un parto, como un inicio y un después de historias que colapsan. La de Guillermo que se dejó corazón, tripas y neuronas para escribirlo, las meramente de adentro: Juan Guillermo, Chelo, Colmillo, Sergio y las del afortunado ser que cacha el libro, al que le pasa. Así, El Salvaje es tantos partos como pares de ojos leyéndolo. El Salvaje es una serie de puntos de no retorno. El Salvaje lo escribió Arriaga, pero es de todas a las que nos ha pasado.

El Salvaje huele, te acaricia, te muerde, te cura. Por todo ese menú de sensaciones entre mezcladas, El Salvaje cuando lo cierras, te grita para recordarte que ahora es parte tuya, que se ha fundido en tus ideas, que se ha desdoblado en señales para tus mapas, que ahora tú eres él…Y él, bueno, dijimos que era un parto ¿No? Pues ha nacido una vez más, y otra y otra, tantas, que se vuelve de todas: Universal. Si no, ¿cómo te explicas que el andar, el frío, los muertos de un cazador por la nieve, el estate-quieto a Faulkner y a Rulfo y las historias de las brujas de Serbia se sientan como el -manual personalizado de resiliencia- escrito con el único propósito de que TÚ sobrevivieras al encierro de la pandemia?

Ahora, El Cazador tiene una mueca absolutamente indescifrable, póker face, pero se ha acercado a nuestra banqueta, soporta casi sin sudar el calor del verano paceño que a estas horas de la noche se niega a ser recuerdo y se siente ridículamente real. Ahora que lo vemos más de cerca, El Cazador es cada vez menos del mundo y más nuestro, es el otro Arriaga, el que hicimos nosotras, el que nos habla y al que le suda el culo igual que a nosotras, estamos los tres sentados en la banqueta. Él no fuma, él bebe Coca Cola.

Nunca hemos sido buenas para aguantar estas temperaturas, en verano somos malas personas -nos gusta decir eso-

¿Le confesamos la envidia?

A Marina la debimos haber contado nosotras, tendría que ser nuestra amiga, nuestra hermana.

¿Le decimos? ¿la revelación?

Salvar el Fuego es el manifiesto feminista de nuestra generación.

Salvar el Fuego te coge, punto. Te pone un espejo en frente y después ya no hay retorno.

¿Nos habremos divorciado por leer Salvar el Fuego?

¡Nombre, jamás!

¡No más nos deconstruimos y en el proceso se nos perdieron algunas piezas, ja!

Lo que sí, es que nos llevó a uno y a dos orgasmos exquisitos, puro renacimiento. Nos liberó hasta de escoger entre el miedo y la rabia. Bailamos con la niña rica y la convertimos en guerrera vikinga, nunca más ver nuestra sangre se sintió igual. Fue bomba atómica, atentado directo al corazón del patriarcado: ¡BUM!

Salvar el fuego, salvarme a mí, salivarme, salivarnos…

Cuando tenía 11 años mi mamá me ayudó a traducir y adaptar un guión para montar Romeo y Julieta con mis amiguitos del salón de primaria. Las funciones las cobramos y con eso nos fuimos a Bucerías de viaje de generación. También gracias a esta aportación al esfuerzo colectivo me auto adjudiqué el protagónico y la última palabra para la selección de Romeo. Cuando terminamos el guión le pregunté a mi mamá:

¿Qué hace a un clásico?

La universalidad, contestó.

Órale…¿Y eso qué, Ma?

Eso, eso es la maravilla de escribir para todas, para todos, desde la parte más clara de tu ser, desde la de más fuerza, cuando escribes desde ahí la conexión que estableces con quien te lee, rebasa el tiempo, el lugar, la condición.

Leer un clásico, me dijo, es bailar con el Universo, es ver que podemos ser uno. Esa posibilidad lo hace universal.

¿Será? Me preguntas…

No sé, pero si eso de lo Universal te hace ser más humano, te quita vendas, te libera de “ismos” entonces puede que sí.

¿No es este el Cazador que dice que ama y entiende más a la naturaleza que el más ambientalista? Guillermo se ríe, quién sabe qué piensa. Una vez lo oí decir que cazar es, para él, una fuente inagotable de apreciación de la naturaleza, de sus ritmos y de sus diálogos, de sus personajes. Para cazar tienes que conocer el entorno natural, y conocerlo es irremediablemente amarlo. Arriaga caza con arco o con cuchillo a herbívoros, se los come después completitos, como lobo, como parte de.

A Goliat le perforé el pulmón de un tiro, alcanzó a correr 100 metros antes de caer fulminado, perfecto. -Nos revela El Cazador

¡Habló!  ¡Habló!

¿Estás segura que es Arriaga? -Me preguntas-

No sé Oly, coño ¡No sé! Esta noche es poco lo que sé, pero si no es, se parece un chingo.

No es él, es el otro, el nuestro.

Se acabó esta noche y esta banqueta y tú y yo en esta ciudad, nuestros comienzos serán reemplazados por unos nuevos, nuestros cachitos se recompondrán. La próxima vez te contaré que no por copiarte, pero yo también me voy a divorciar, hoy no, no nos reiríamos.

Despidamos a Guillermo, también él fue tan amable de acompañarnos. Pero antes escúchanos querido, porque tenemos algo más que decirte:

Nosotras nunca vamos a bailar un vallenato con el Gabo García Márquez, nunca Rulfo nos va a contar ni su vida, ni la nuestra. Shakespeare se quedará tan lejos como su tiempo y tan cerca como su universalidad, pero un té, no nos vamos a echar con él. Pero somos en cambio la generación de Arriaga, de nuestro propio genio, del piromaníaco, de las mujeres que habitan en él, con él. Y ahora que vimos que sí hablas, dinos ¿qué piensas?

Y con ese gesto que flota en esta noche de verano nos ve fijamente y dice:

…no mamen, ¿qué pedo con el calorón que hace en La Paz?”