El amante de Janis Joplin por Miguel Tapia

Élmer Mendoza, El amante de Janis Joplin, Tusquets (2001) [L’amant de Janis Joplin, Métailié, 2020]

Aunque en México, su país natal, con frecuencia se le identifica como uno de los principales representantes de la —polémicamente— llamada « narcoliteratura », lo más justo es decir que Élmer Mendoza (Culiacán, Sinaloa, 1949) es un autor de novela negra. Novela negra sinaloense, para mayor justicia, y en esta asociación está, a mi parecer, el meollo de su amplia contribución.

Negra y sinaloense es, antes que nada, El amante de Janis Joplin, segunda novela del autor culiacanense, que llega ahora al mercado francés bajo el sello de Editions Metailié. Negra en su propuesta de un vertiginoso entramado de intrigas y crímenes y en el certero dibujo de la cadena de causas y consecuencias que los rodean. Negra también es su fascinante inmersión en el ambiente social y político, en el entorno corrupto y viciado en que que sus personajes y peripecias son posibles. Y sinaloense porque todo en la novela: el escenario, el contexto, la idiosincracia, el lenguaje y el humor, el tiempo y el ritmo, el autor y su memoria, todo, es radicalmente sinaloense. Janis Joplin incluida.

Nació Élmer Mendoza en Culiacán, capital del estado de Sinaloa. En esta ciudad ha residido la mayor parte de su vida y desde ella ha dado forma a su universo ficcional. Su carrera literaria se inició con la publicación de varios cuentarios, entre los que destacan Trancapalanca y El amor es un perro sin dueño, así como colecciones de crónicas, publicaciones en que los elementos del estilo mendocino aparecían ya con aliento y arrojo norteños. Pero es con Un asesino solitario, novela publicada en 1999, que el renombre de Mendoza alcanza proyección nacional e internacional. En esta primera novela, un sicario narra en primera persona cómo ha sido contratado para asesinar a un eminente político y los problemas en que se mete tratando de cumplir con su parte del trato, de naturaleza poco común entre los de su gremio en esas regiones. El político en cuestión es nada menos que el candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional (el PRI, partido que se mantuvo en el poder presidencial en México entre 1929 y 2000), a quien debe liquidar durante su visita de campaña a Culiacán, el 23 de marzo de 1994. La narración se apropia así, audazmente, de la realidad política mexicana y del destino del real candidato presidencial del PRI en 1994, Luis Donaldo Colosio, asesinado el 23 de marzo del mismo año en la ciudad de Tijuana, Baja California, proponiendo una realidad ficcional paralela a la histórica.

Contada con el lenguaje y la visión de un peón de la industria del crimen mexicano, con el desapego humano, social y político que cabe en él, la narración ofrece a cambio una clarividente muestra y síntesis de la sensibilidad regional acerca de los grandes temas nacionales: la endémica desigualdad económica y social; la corrupción y su hermana gemela, la impunidad; el individualismo en sus variantes locales —la tradicional norteña y la neoliberal importada—; el tironeo constante entre cuidarse de ser jodido por los gringos o por los propios compatriotas; el papel marginal, si acaso, que le queda a la consciencia política en todo esto. Temas todos que aparecen de nuevo, desde otra configuración narrativa, en El amante de Janis Joplin, segunda novela de Mendoza.

« Didn’t I make you feel like you were the only man? »

Piece of my heart

El amante de Janis Joplin se llama David Valenzuela. Nació en un pequeño pueblo de la Sierra Madre Occidental, tierra bravía de mujeres hermosas y hombres pendencieros, con escasas armas para hacerse allí un camino. De pocas luces y físicamente mal agraciado, David crece siendo objeto de burlas y abusos que lo convierten en el « tontolón »[1] del pueblo. Su único atributo útil en ese contexto: es un temible lanzador de piedras, capaz de matar un venado en plena carrera.

Durante una fiesta en su pueblo, Amalia, la escultural novia de un miembro de la mafia local, aburrida en su rincón de mujer « apartada », lo invita a bailar: ¿quién sospecharía de las intenciones del tontolón? David, enamorado de Amalia como el resto del pueblo, y aún cuando entiende de mujeres intocables, se deja convencer. Pero el cálculo de Amalia resulta equivocado: cuando su novio Rogelio descubre la escena, enfurece y desenfunda su pistola. Desde el suelo, donde se dispone a morir humillado, David encuentra bajo su mano un providencial último recurso: una piedra. Sin pensar la lanza contra Rogelio, quien cae con el cráneo deshecho. El futuro está sellado: el clan de los Castro no descansará hasta consumar la venganza. David —como el Rey judío— ha hecho caer al Goliat del pueblo. Su recompensa no será un reino ni menos aún la gloria, sino el exilio serrano y el inicio de un interminable descenso a los infiernos.

Familiares y amigos luchan, a partir de allí, por esconder a David de la lógica de muerte que desde la sierra lo persigue. Refugiado en Culiacán, su tío lo instala en un campo de beisbol buscando aprovechar el portento de su brazo para sacar adelante al equipo amateur que patrocina y dirige. Así es como David Valenzuela —David como el rey y Valenzuela como Fernando, el « Toro », leyenda del pitcheo mexicano en las grandes ligas norteamericanas—, viaja a un torneo en Los Ángeles, donde, a pesar de su inexperiencia y de su poco interés por el juego —como poco es su interés por casi todo— llama la atención de un buscador de talento de los Dodgers, el mismo equipo donde el Toro se hizo inmortal. Pero lo que marca a David durante ese viaje no es la posibilidad de la fama o del dinero, ni el progreso que brilla en las calles del vecino del norte, sino un encuentro furtivo y casual, en la penumbra de una callejuela, con una misteriosa mujer que lo atrae a su habitación para hacerle disfrutar de ocho minutos de sexo sin complejos. David no reconoce el nombre con que la mujer se identifica al despedirlo. Será su amigo el Cholo, horas después, quien lo pondrá al tanto de quién es su secreta amante: Janis Joplin.

David vuelve a Sinaloa sin contrato, pero su atención se queda en LA. Sólo volverá con él la obsesiva intención de regresar y encontrar a Janis.

« You got no one you can count on, baby »

Get it while you can

En la interminable fuga en que se convierte su vida, David, sin comprender la realidad que lo acosa, sin más objetivo que volver a encontrarse con su amante tejana, y perseguido por una voz interior que lo aconseja a cada paso tomar las decisiones más arriesgadas, será arrastrado a través del ancho y el largo de la realidad sinaloense. Sus principales apoyos son su primo Gregorio, « El Chato », estudiante prometedor convertido en guerrillero marxista y buscado por la policía judicial;  también Santos « El Cholo », vecino del primero y joven promesa del tráfico de drogas. También permanece junto a él su prima María Fernanda, humanista, defensora del planeta y legalista ilusa, a quien su propio tío, al escucharla hablar de Estado de derecho, debe llamar a cordura: « sobrina, con todo respeto, esas son mamadas de los libros de civismo, no tienen nada que ver con la realidad. »[2]

La cercanía entre todos ellos parece volver conciliables las diferencias de sus convicciones. Pero éstas se revelan, bajo el efecto de la realidad que comparten, si no invalidadas, anuladas como pretensiones. Los tres jóvenes confirmarán muy pronto que son solo piezas sueltas en el enorme mecanismo de amaños ocultos, abusos de poder, avaricia y corrupción que es el verdadero medio en que se mueven.

Personalizan este mecanismo diferentes figuras: un violento y vengador hermano del victimado Rogelio, un prepotente jefe de la policía antiterrorista, un fisicoculturista pescador celoso, y hasta una insaciable acosadora de David, incapaz de aceptar que el recuerdo de Janis pueda más que su celebrado cuerpo. En el caldo de cultivo del noroeste mexicano de inicios de los 70, las motivaciones de todos ellos se revelan, a fin de cuentas, intercambiables: cada quien toma todo lo que puede, siempre que pueda, y a pesar de lo que resulte.

El elemento unificador de todas estas aspiraciones, vanas o no, es la tierra. La tierra entendida como geografía pero también como fuente y depósito de identidad. Más por una operación de transposición literaria muy personal que por consigna realista, la tierra y la idiosincracia sinaloenses están íntimamente integrados en la prosa y en todo el proyecto narrativo de Élmer Mendoza. El lenguaje, antes que todo, hace posible la cohabitación de estos personajes de tan variada especie en un mismo espacio literario. Un lenguaje que recoge léxico, expresiones y giros pero, sobre todo, el ritmo y el talante atrabancado, el humor como el disolvente dramático que hace posible lo cotidiano. Un lenguaje que es la fuente misma de la voz narrativa antes que instrumento para la expresión individual, sin cerrarle el paso a esta última y potenciando, al contrario, la resonancia especular que los recursos de la novela crean al reflejarse una voz en otra. La presencia de esta identidad lingüística en cada frase de la prosa nos ubica de lleno y sin remedio en el corazón mismo de la región. En la pluma de Élmer Mendoza, Sinaloa alcanza una realización literaria inédita en nuestro acervo.

Y así como el lenguaje es la materia en que el relato moldea los personajes y sus peripecias, los elementos del cotidiano hacer cultural sinaloense se erige como un pilar más de la novela. De nuevo, no como decorado o justificación de la ubicación geográfica o temporal, sino como esencia literaria que origina lo narrado y lo dota de sentido. El machismo disfrazado de « hombría », el beisbol, la valentía como justificación y medida, la amistad sin peros ni cuestiones. La comida, la bebida, el rito de compartirlas. Los chistes que sostienen la vida, la risa colectiva con que eludimos razones y compromisos.

« Feeling good was good enough for me »

Bobby McGee

David, en su casi total escasez de voluntad, en su incapacidad para descifrar las fuerzas que controlan su destino y el de las personas cercanas, nos invita a mirar sin rodeos el fondo del ser local. La incapacidad de acción de David se manifiesta, sobre todo, en su falta de respuesta a los intentos del entorno por imponerle actitudes y acciones. Las únicas iniciativas de que es capaz son actos reflejo, acciones instantáneas en defensa propia: instinto puro. Si vive prendido del recuerdo de los ocho minutos pasados junto a Janis Joplin, es porque nadie lo había tratado bien nunca. Sus mismos padres, cuenta el narrador, « evitaron por todos los medios que se convirtiera en un tonto enamoradizo, así se entiende que Janis le pareciera lo máximo »[3].

No está libre David, sin embargo, de la acción de las más amargas espuelas culturales. Estas se manifiestan a través de la voz interna que lo persigue, su « parte reencarnable »[4] o su « karma »[5], que a cada paso busca influir en él, le aconseja actuar como lo haría cualquier otro paisano, cediendo al ímpetu egoísta, al rencor o a la rabia. Las propias motivaciones de la voz, reveladas en un momento de debilidad, no hacen sino acentuar el abandono de David en ese contexto que parece negarle el más mínimo espacio vital.

Es desde esta reducción al mínimo de la aspiración individual, desde esta concentración del retrato del héroe en la lucha por la simple supervivencia, que se tiende el puente hacia ese otro fantasma, esa otra lucha contra la invisibilidad que representan la vida y la música de Janis Joplin. Ausente de la lógica narrativa, la historia y el arte de « La Bruja Blanca » entra en la novela de la mano del imaginario colectivo y se aloja en la ficción a través de la única puerta que David es capaz de mantener abierta hacia su exterior: la esperanza de un contacto íntimo, del alivio salvador de una caricia, del encuentro —aún sea irrepetible— con un cuerpo generoso. La ilusión de que alguien nos espera en algún lado.

Aferrado a esta promesa, David se deja guiar por las iniciativas bienintencionadas pero erráticas de sus amigos y parientes. Gracias a ellos, a su brazo y a algo de suerte, logra sortear la densa red de trampas, traiciones y jugarretas con que, usándolo como pretexto, las fuerzas del entorno continúan su eterna lucha suicida. Hasta el final es fiel a sí mismo y a su cariño por los suyos, así como a su devoción por Janis, « el regalo que Dios le estaba debiendo, la compensación divina por haberlo hecho tan peculiar »[6]. Como si cantara, junto con su añorada amante, aquella última canción que ella grabó el día antes de morir, dejando a David más solo que nunca: I’m counting on you, Lord, please don’t let me down (« Mercedez Bens »).

A través de las montañas de la Sierra Madre y del valle que las une a la costa del Pacífico; desde la tradicional bravura de sus pobladores hasta la sangrienta dinámica del contrabando de drogas que asola la región; del incansable empeño individual a las ilusiones colectivas de finales de los años 60; de la fe en el esfuerzo a la impotencia ante la corrupción institucionalizada, la pluma de Élmer Mendoza nos ofrece un retrato sin concesiones de la realidad del noroeste mexicano. Concebida desde la mirada regional, con sus mismas palabras, su respiración y su imaginario, pero desactivando literariamente sus filtros y omisiones colectivas, El amante de Janis Joplin es también una apuesta literaria por el valor de lo local en la construcción de lo universal. Con ella —y con la aparición de su estupenda traducción al francés— Élmer Mendoza logra afianzar a Sinaloa en el mapa mundial de la novela negra contemporánea de manera categórica.

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Miguel Tapia nació en Culiacán, Sinaloa (México) en 1972. Ha estudiado ingeniería, música, literatura y periodismo, y ha ejercido estos y otros oficios en su ciudad natal, la Ciudad de México, Barcelona y París, donde reside actualmente.

Es autor de los libros de cuentos Los caimanes (Almadía, 2007) y Señor de señores y Los caimanes (Almadía, 2010), así como de la novela Los ríos errantes (Ediciones Era, 2017). Sus relatos han aparecido en varias antologías, entre ellas Los mejores cuentos mexicanos 2004 (Joaquín Mortiz, 2004), Des nouvelles du Mexique (Métailié, 2009) y Norte. Una antología (Ediciones Era, 2016). Ha publicado también narrativa, traducciones y ensayos en medios impresos y electrónicos de México, Colombia, Argentina, Francia y España. Tradujo la novela histórica Los gansos salvajes mueren en México. Réquiem por el Batallón de San Patricio, del autor francés Patrick Mahé (Universidad Autónoma de Sinaloa, 2020).

Su novela Tumbas de agua (Pre-Textos, 2020) obtuvo el I Premio de novela Ciudad de Estepona (Málaga, España), otorgado por la Fundación Manuel Alcántara, la Ciudad de Estepona y la editorial Pre-Textos.

Miguel Tapia es doctor en literatura hispanoamericana por la Universidad Sorbonne-Nouvelle-Paris 3, donde enseñó durante seis años. Actualmente es profesor en la Universidad Paris-Est Créteil.


[1]    « gogol » (El texto en francés que aparece en las notas a pie de página corresponde a la traducción del texto original citado en el artículo, según la edición de Metailié)

[2]    « petite, avec tout le respect, tout ça c’est les couillonnades des livres de civisme, rien à voir avec la réalité »

[3]    « avaient évité par tous les moyens qu’il devienne un idiot qui s’amourache, de sorte que Janis était à ses yeux le maximum »

[4]    « partie réincarnable »

[5]    « karma »

[6]    « le cadeau que Dieu lui devait, la compensation divine pour avoir fait de lui un être si spécial »