Entrevista a Gustavo Rodríguez

L’autre Amérique entrevistó al escritor peruano Gustavo Rodríguez, autor de Madrugada.

Con algunas descripciones de la ciudad ¿podría ayudarnos a ubicar mejor los personajes de Madrugada en los diversos barrios de Lima?

Qué dificultad me pone, pero se la agradezco. Lima es un compendio del Perú sobre un desierto entre los Andes y el mar, ¿cómo extender esta enormidad a personajes individuales? Veamos. Trinidad, la sobreviviente eterna, es un buen reflejo de su barrio: es una mestiza que vive en un distrito que se hizo a sí mismo, a espaldas del estado, que hace 50 años era una invasión de cabañitas en una quebrada desértica y que hoy es un monstruo de cemento que nunca duerme. Trinidad y San Juan de Lurigancho se parecen más de lo que ella cree.

El otro pilar de la novela, Danny, su padre biológico, también vive en un barrio que le es afín: Lince. Un distrito de clase media, de profesionales y comerciantes, y en el que últimamente han aparecido muchas discotecas y locales de música tropical. Sin embargo, por ser un barrio céntrico, también se está poniendo caro: un recordatorio de la precariedad de Danny, pues en cualquier momento puede ser echado de él.

El barrio de Cecilia de Letts –la cliente de Trinidad– tiene edificios lujosos frente a una hermosa bahía; el entorno de Germán –el hermano de Danny– es el de las grandes torres corporativas… digamos que algo que hace tristemente fascinantes a las ciudades latinoamericanas es su cartografía de la desigualdad. La fantasía del primer mundo conviviendo junto a la certeza del tercer mundo.


De cierta manera, su novela Madrugada tiene una dimensión sociológica, ¿coincidiría con esta lectura de su novela?

Claro. Una novela realista que pretende iluminar la sobrevivencia de una mujer en una sociedad machista y clasista va a tener, se quiera o no, una dimensión sociológica. En este caso, el reto para el narrador es que la sociología asesore pero que la literatura ejecute. Quienes amamos la lectura sabemos que el trabajo de los narradores de ficción es emocionarnos, conmovernos o incendiarnos mientras nos hacen sentir dentro de la piel de personajes ajenos a nuestras vidas. Esto no puede imponerse, la imposición es enemiga de la empatía. Si un escritor de ficción tiene la tentación de que su voz narrativa empiece a dar juicios de valor, quizá deba detenerse a pensar si no le convendría escribir un ensayo en vez de un cuento o una novela.

El hecho de haberse inspirado de su hermano para construir uno de los protagonistas, Danny de los Ríos, ¿ha sido un asunto delicado?

Lo fue en un momento. Digamos que el personaje de Danny de los Ríos es controversial, como mínimo: machista, pero tierno en sus afectos; brusco, pero inocente como un niño; un hombre sediento de cariño y reconocimiento. Mi hermano tiene mucho de eso y, para que él confiara en mi proyecto de novela, no solo tuve que echar mano de nuestro amor mutuo: también tuve que echar a andar una empírica estrategia de control de daños. Parte de ella era hacerlo partícipe. A veces yo llegaba a la casa de mi madre a bromear sobre lo que acababa de escribir y exageraba para mal el papel de su personaje. “¡Tu personaje se ha vuelto impotente!”, le mentía y, ante su gracioso desconsuelo, le decía que no: que yo inventaba mucho, pero que no lo iba a hacer quedar mal. Creo que cumplí: los personajes de esta novela que están basados en mi familia han sido descritos desde las contradicciones del amor.

Su novela nos hace cuestionarnos sobre el lugar de las mujeres en la sociedad, en Perú o en cualquier otro país. Por ejemplo, no es fácil encontrar escritoras peruanas traducidas al francés, ¿cuáles son las autoras que los lectores francófonos se están perdiendo por esta carencia? En otras palabras, ¿qué autoras peruanas podría recomendarnos?

Hay tantas. Empezaré por las maestras de las jóvenes de hoy: Blanca Varela, Laura Riesco, Carmen Ollé, Rocío Silva Santisteban, Rosella Di Paolo, Giovanna Pollarollo… alguna se me va a olvidar y voy a quedar mal.

Pero me seguiré arriesgando con las más contemporáneas, prefiero que alguna quede afuera por olvido a que las nombradas pierdan la oportunidad de ser leídas: Teresa Ruiz Rosas, Kathya Adaui, Claudia Ulloa Donoso, Victoria Guerrero, Karina Pacheco,  Gabriela Wiener, Claudia Salazar, Miluska Benavides, Susanne Noltenius, María José Caro, Micaela Chirif…

Esta es una pregunta para Gustavo Rodríguez con la camiseta de publicista y de escritor, ¿cómo podría darse a conocer de mejor manera la literatura latinoamericana contemporánea en Francia?

Tendríamos que desembarcar en Normandía cien escritores uniformados, detenernos en cada pueblo a leer con megáfonos, permitir que las redes irradien este curioso fenómeno, hasta tomar el Barrio Latino de París con nuestras lecturas y propuestas.

Se terminaron los tiempos de Balcells, Barral y los cuatro jinetes del Boom, ¿verdad?

Este punto está abierto para cualquier tema que usted guste tratar o hacer conocer a sus lectores franceses. 

Me llama mucho la atención cómo los franceses miran a los habitantes de mi continente como latinoamericanos, y de qué manera nosotros no los miramos a ellos como latinoeuropeos. Es un ejemplo de las barreras que imponen nuestros prejuicios y nuestras propias narrativas sociales, y que la literatura puede ayudar a derribar: cuando me han escrito lectores franceses identificados con mis historias peruanas he recordado cuando los lectores peruanos se identifican con las historias de Laurent Binet o David Foenkinos. La patria literaria no tiene fronteras.

Madrugada, Alfaguara, 2018 [Les Matins de Lima, Éditions de l’Observatoire, 2020, 267 p., 21 €]