Entrevista a Horacio Castellanos Moya (El Salvador)

Aunque sus libros pueden leerse independientemente unos de otros, la mayor parte de ellos están ligados a la familia Aragón. ¿Cómo pensó el conjunto de la «comedia inhumana» de los Aragón como la ha nombrado Philippe Lançon?

En efecto, la mitad de mis novelas están ligadas a la familia Aragón. Pero no hubo pensamiento, plan. Sucedió. Incluso en la primera novela en que aparecen personajes de esa familia, Donde no estén ustedes (2003), nada más me proponía desarrollar al personaje Alberto Aragón, un exembajador hundido en el alcohol y en el abandono. Tan evidente era la ausencia de plan que mi siguiente novela, Insensatez (2004), no tiene relación con la familia Aragón. Luego, cuando vivía en Frankfurt y escribía Desmoronamiento (2006) comencé a trazar una especie de árbol genealógico de la familia, pero no un plan de novelas. Éstas fueron surgiendo caprichosamente, una tras otra. Soy un escritor sin idea de futuro: mi mente funciona de manera impulsiva, táctica. Por eso, al terminar una novela, nunca he sabido qué es lo que sigue.

En varios de sus libros se hacen referencias muy precisas a los mismos sucesos, lo que fortalece la coherencia de la intriga ¿Vuelve a leer sus libros pasados para crear el siguiente?

Si tengo dudas sobre el suceso, claro. Si el suceso está claro en mi memoria, no. Por lo general cuando un episodio es el detonador de una siguiente novela es porque ese episodio está grabado en mi mente, aunque siempre haya detalles a revisar. He releído algunos de mis libros más por motivos de traducción o por necesidades editoriales (pruebas de nuevas ediciones).

Las referencias y ecos, así como la reaparición de personajes en distintos libros de un autor está presente en la Comédie humaine de Balzac. Éste último ambicionaba crear un mundo de ficción que representara de manera fiel la sociedad francesa del siglo XIX. Podemos encontrar algo semejante en su obra ¿ha tenido usted la intención de retratar la sociedad salvadoreña de manera realista y exhaustiva?

Ese es un propósito que me rebasaría, que me esclavizaría. Por eso mis planes sólo llegan al de la novela que en ese momento estoy escribiendo, porque escribir por obligación es algo que me haría colapsar, y proponerme el retrato de una sociedad me paralizaría antes de comenzar a escribir. Eso requiere genio. Balzac era un genio; yo no lo soy. 

Para un lector francés ¿podría brevemente señalar algunos datos de la historia de El Salvador que permitan entender mejor el contexto en donde se sitúan sus personajes?

La frustrada insurrección comunista de 1932 en la que el régimen militar asesinó a unos 30 mil campesinos indígenas. El golpe de Estado y la Huelga de Brazos Caídos de 1944 que acabaron con la dictadura militar de entonces. La guerra entre El Salvador y Honduras, mejor conocida como « la guerra del fútbol », en julio de 1969. El frustrado golpe de Estado de 1972, luego de unas elecciones que la oposición ganó y los militares le arrebataron el triunfo, momento en que se cerró cualquier vía pacífica en la lucha por el poder político. La guerra civil de 1980 a 1991, que detonó con el asesinato de monseñor Romero a manos de los militares y culminó con el asesinato de seis sacerdotes jesuitas también a manos de los militares. Las negociaciones entre el gobierno de la ultraderecha militar y la guerrilla izquierdista que llevaron a la firma de los Acuerdo de Paz en 1992 y a las primeras elecciones democráticas en El Salvador. Esos serían los principales datos.

El Salvador representa una herida para usted, según ha mencionado en otras entrevistas. Reconstruir la historia de El Salvador a través de su obra ¿le ayuda a sanar esta herida?

Quizá. No lo sé. Tengo la impresión de que eso lo dije con ánimo simbólico. Las heridas son concretas, y a veces más profundas de lo que el herido imagina. La escritura causa cierto alivio, pero no sé si las cicatriza. 

Los eventos pasados dejan huellas y los acontecimientos violentos producen traumatismos ¿cree usted que la memoria en general conlleva irremediablemente un aspecto tiránico?

Eso parece: irremediablemente tiránica. Podemos tratar de escapar de ella, a través de distintos medios, pero ya nos habrá formado buena parte de nuestra personalidad. Aprender a convivir con los traumas sería lo más prudente, si olvidarlos no se puede. Pero lograr esa convivencia es una proeza. Me interesa también la memoria inventada por quienes nos rodearon en nuestra infancia, esos recuerdos que no son producto de nuestra vivencia directa sino de las palabras repetidas por quienes nos influenciaron en esa primera época formativa de nuestra vida. Lo asombroso es que los recuerdos inventados sean igual de tiránicos.

Si la memoria es tirana ¿por qué exigir del lector una memoria que le permita ligar los episodios y personajes de las diferentes novelas? 

No tiene sentido exigir nada del lector. Si la novela que tiene entre manos lo entretiene, lo hace reflexionar un momento, ya es ganancia. Cada una de mis novelas está escrita para ser leída como una unidad independiente, sin necesidad de las otras. La visión de un grupo de novelas es prescindible para el lector concreto, quien se mete con placer en el libro que lee o lo hace a un lado y lo olvida. Si yo no tuve una visión de conjunto a la hora de ir escribiendo las novelas, si salieron de impulsos autónomos, me parece que el lector no necesita de la visión de conjunto. Si la descubre, estupendo; si no, con que disfrute el libro que tiene entre manos es suficiente estímulo. 

En su novela Moronga presenta dos maneras distintas de recordar el pasado: la memoria humana que a veces es poco fiable como dice Chente Alvarado en El sueño del retorno, y las bases de datos generadas por el mundo digital en el que vivimos. Al final de Moronga, quedan dudas en el reporte de policía sobre los hechos sucedidos. ¿Solo la memoria humana, a pesar de sus limitaciones, puede ayudarnos a construir estos lugares en la sombra?

He leído últimamente libros inquietantes que plantean la posibilidad de que el mundo digital se independice y cree una nueva especie de seres digitales que terminen reemplazando a la especie humana. No me refiero a literatura de ciencia ficción, que ya hace rato abordó esa temática, si no a investigaciones y proyecciones del desarrollo tecnológico. La velocidad de las transformaciones que se viven ahora gracias a la tecnología y a la ciencia es increíble. Un hombre de una generación previa, como yo, sólo puede vivir en el pasmo. Si la memoria humana es completamente reemplazada por la memoria digital, ¿cuál es el sentido para la existencia del ser humano?  

Además de la explícita influencia de Thomas Bernhard en la novela El asco, ¿cuáles han sido sus principales influencias literarias?

Es fácil confundir los gustos literarios con las influencias literarias. Yo le puedo hablar de los autores que me gustan, que disfruto de su relectura, que me nutren; pero en qué medida ellos me han influido o no, es algo que yo no puedo decir con certeza. El escritor es como una esponja en relación con sus lecturas, pero el nivel de influencia, lo que queda en la esponja después del exprimido, sólo se expresa en la obra, y muchas veces el escritor no es consciente de eso que ha quedado en la esponja. Hay cosas evidentes, por supuesto: un ejercicio de imitación como el que yo hice con Bernhard habla por sí mismo; la creación de un mundo literario a partir de obras fragmentarias procede de Sófocles, y contemporáneamente podríamos mencionar a Faulkner, Onetti, García Márquez. Nunca hubiera escrito mis cuadernos de apuntes sin La Rochefoucauld, La Bruyère, Chamfort, Nietzsche, Schopenhauer, Canetti, Cioran. Pero en cada etapa de mi vida ha habido un grupo de libros que me ha acompañado. Mencionarlos convertiría esta entrevista en una especie de directorio telefónico.

En diferentes novelas suyas se cita el nombre del poeta Roque Dalton ¿qué representa este autor para usted?

Es el más importante poeta en la historia salvadoreña. Influyó mucho en mi generación. Y a mí, en lo particular, siempre me ha nutrido la relectura de su poesía, más allá del deslumbramiento que tuve en mi juventud. Fue asesinado cobardemente por sus propios camaradas guerrilleros, su crimen sigue impune y ni siquiera se sabe dónde quedó su cadáver, lo que también marcó a nuestra generación de escritores.

¿Cuál es su opinión de la literatura latinoamericana contemporánea? ¿Qué piensa de los escritores latinoamericanos en el extranjero? ¿Es la creación literaria en idioma español el vínculo más importante entre ellos? 

El siglo XX fue el siglo de oro de la literatura latinoamericana. Comenzó con la poesía (Darío, Vallejo, Neruda…), siguió con Borges, Rulfo, Onetti, Paz, y luego vino el llamado boom, que internacionalizó nuestra literatura. Lo que quiero decir es que la literatura latinoamericana es una literatura madura, que ya alcanzó una cima mundial, que tiene unos andamios muy altos, y que los escritores que seguimos no partimos de cero, sino precisamente de esos altos andamios. La lengua es el vínculo más importante, claro, pero los latinoamericanos tenemos una visión del mundo, un sentido del espacio y del tiempo, una relación con el presente, que no tienen los estadounidenses o los europeos (incluidos los españoles), y eso se expresa en la literatura. 

¿Existe un apoyo institucional para los escritores en América Central? ¿Podrían más iniciativas como Centro América cuenta de Sergio Ramírez ayudar a la promoción de la literatura de la región?

La iniciativa de Sergio es un parteaguas histórico en lo que respecta a la promoción de la literatura centroamericana. Precisamente porque no existe un apoyo institucional para los escritores en la región: a nuestras élites políticas y económicas la literatura ni les va ni les viene, como si no existiese. Sergio ha usado su empuje, su prestigio internacional, su capacidad organizativa para proyectar la literatura centroamericana en todo el ámbito de la lengua española, un esfuerzo que a los Estados nacionales ni siquiera se les ha ocurrido. Pero Centroamérica también necesita crear una plataforma editorial, un mercado del libro conjunto, eso complementaría la iniciativa de proyección internacional que ha echado a andar Sergio. Para eso, por supuesto, se requiere inversión y ahí regresamos al problema de las élites iletradas.