Al abordar a Panamá abordamos un fenómeno sui generis y el tratamiento de su literatura, nuestra literatura, no escapa a ese fenómeno.
Cuando se estudia la literatura centroamericana no se considera Panamá como parte de dicha región, por ende no se incluye. Al abordar el estudio de las letras del Caribe, y al no ser Panamá una isla de dicho archipiélago, de manera lógica no se incluye. Tampoco Panamá forma parte de América del Sur de acuerdo a la geopolítica, es así como nuestros escritores no forman parte de la literatura suramericana. Pero Panamá es, y también su literatura es.
Esta es la maldición de su posición geográfica, de su cultura e historia, la cultura e historia de un territorio “geográficamente centroamericano, culturalmente caribeño e históricamente suramericano”, como señaló Ángel Rubio, pero que a la vez no pertenece completamente a ninguna de las anteriores subdivisiones.
Panamá fue el primer territorio de la Tierra Firme en ser descubierto, en 1501, y explorado por los españoles. Aquí se fundan las primeras ciudades europeas en el nuevo continente, Nombre de Dios, Acla y Panamá. Panamá es la primera ciudad sobre el Pacífico americano, (1519), una antigüedad que muy pronto dio origen a una dicotomía a lo largo de estos cinco siglos: la naturaleza transitista, arraigada primero en los caminos interoceánicos, Real y De Cruces, y posteriormente en el ferrocarril y en el canal; y la naturaleza telúrica, selvática y absorbente, el arraigo y el cosmopolitismo.
Panamá ha sabido de poca o ninguna diáspora, pero sí de mucha inmigración y mezcla. Tierra donde han convergido aventureros, piratas, cazadores de fortuna, gente de dudosa reputación y a la vez lugar donde la naturaleza ha marcado de forma brutal la existencia de quienes han transitado o habitado el Istmo. Más antigua que Colombia y que los Estados Unidos, Panamá ha tenido vínculos fuertes con estas y con muchas naciones, manteniendo una idiosincrasia propia. Es el punto donde llegamos a través de consecutivas olas migratorias, de presencia de los grupos y culturas humanas de todo el planeta, donde afirmamos el cosmopolitismo, pero también el deseo de autodeterminación, de tener una búsqueda propia.
Todos estos antecedentes de la nación, del país, de la identidad, dejan una marca indeleble en la literatura panameña en general y en específico en la cuentística. No hay que arengar ni escribir manifiestos nacionalistas para narrar el país y no hay que leerlas obligatoriamente para poder descubrirlo en sus narradores.
En el Siglo XX fue muy marcada la dicotomía Panamá canalero/urbano vs. Panamá rural, evolucionando la narrativa con una herencia importante de autores entre los que se destacan Darío Herrera (1870-1914), Guillermo Andreve (1879-1940) y Ricardo Miró (1883-1940) en el período modernista.
Darío Herrera también cultivó la poesía, la cual no fue publicada hasta 1972, Guillermo Andreve fue uno de los máximos promotores de la literatura y su novela “Una punta del velo” (1929) es una interesante y poco conocida obra que trata sobre el espiritismo, mientras que si bien es cierto que Ricardo Miró es considerado el poeta nacional de principios de la República, su novela “Noches de Babel” (1913) relata el cosmopolitismo y el choque de culturas en los tiempos de la construcción del Canal.
De la vanguardia hasta la reversión del Canal de Panamá, la lucha por la recuperación de la soberanía territorial signó gran parte de la literatura istmeña, en la que se destacan autores como Rogelio Sinán (1902-1994), Mario Augusto Rodríguez (1917-2009), Joaquín Beleño (1921-1988), Ramón H. Jurado (1922-1978), Tristán Solarte (1924-2019), entre los más importantes.
Mientras que Sinán despliega un cosmopolitismo y universalidad en sus obras como su novela “Plenilunio” (1943) y la colección de cuentos “La boina roja” (1961); Mario Augusto conecta el Panamá profundo y la lucha nacionalista con los arquetipos universales, como por ejemplo en su colección de cuentos “Luna en Veraguas” (1948) y su novela “Negra luna roja” (1994). Beleño escribió una tragedia clásica enmarcada en el sistema de apartheid de la Zona del Canal, conocido como “silver roll vs gold roll” en su novela “Gamboa Road Gang” (1960). Jurado demuestra su maestría con el thriller psicológico y la tragedia enmarcada en el campo, lo que podemos apreciar en sus novelas “El desván” (1954) y “San Cristóbal” (1944), pasando por su gran novela histórica “Desertores” (1949).
En tanto Tristán Solarte, quien ha sido uno de los mayores poetas de Panamá, publicó en 1957 en Buenos Aires, Argentina, una de las primeras novelas negras en lengua española, “El ahogado”.
El siglo XX nos da destacados autores como Moravia Ochoa (1939), Giovanna Benedetti (1949), Rosa María Britton (1936-2019), Gloria Guardia (1940-2019), Ernesto Endara (1932), Pedro Rivera (1939), Enrique Jaramillo Levi (1944), Dimas Lidio Pitty (1941-2015), A Morales Cruz (1952), Rey Barría (1951-2019), Ariel Barría Alvarado (1959-2021), Héctor Collado (1960) y David C. Róbinson (1960), tanto en cuento como en novela.
Recuperada por fin la soberanía sobre el Canal y recuperado por ende el control de la totalidad del territorio panameño el 31 de diciembre de 1999, una nueva generación recibe el siglo XXI con una visión renovada, vigorosa, conocida en el medio local como “la implosión de la cuentística panameña”. Esta nueva inspiración va más allá del maniqueísmo, de la dualidad del nosotros (sea el otro quien sea) contra ellos, el narrador está ahora a la búsqueda de su identidad en un mundo globalizado.
Surge entonces una gran cantidad de autores y se publica un número importante de obras de calidad diversa, aunque muy pronto se van destacando y desmarcando algunos escritores por su calidad y su propuesta.
En esta selección existe un grupo mayoritariamente representativo de la Generación X, como Isabel Pérez de Burgos (1970), Osvaldo Reyes (1971), Carlos Wynter (1971), Pedro Crenes Castro (1972), Melanie Taylor (1972), Samuel Robles (1974), Cheri Lewis (1974), Roberto Pérez-Franco (1976), Arturo Wong Sagel (1980) y Annabel Miguelena (1984). Estos cuentos oscilan entre la irreverencia, los ambientes urbanos, la angustia existencial, mostrando la “realidad desarticulada” de la posmodernidad y la realidad globalizada, a veces salpicada de humor y otras veces de ironía. Llama la atención que autores nacidos mucho antes, como Juan David Morgan (1942), Rafael Pernett y Morales (1953), Consuelo Tomás (1957) y Gonzalo Menéndez González (1962), se mantienen vigentes en la temática que ensayan los autores posteriores a la generación “x”.
Es por ello que novelas como “La rebelión de los poetas” (2018) de Juan David Morgan, “Loma ardiente y vestida de sol” (1974) de Rafael Pernett y Morales y “Lágrima de dragón” (2010) de Consuelo Tomás tiene una vigencia en la actualidad y se recomienda su lectura.
Osvaldo Reyes ha construido una saga digna de leer y sobre todo su novela histórica “Asesinato en Portobelo” (2019), publicada en España. En tanto que Pedro Crenes Castro se perfila como un novelista a ser tomado en cuenta, sobre todo con su obra “Crónicas del solar” (2019).
En los cuentos de Gonzalo Menéndez, sobre todo en “Mirada de mar” (2013) se mezcla lo culto, lo sensible y lo universal, sin hacer alarde de ello, en tanto que Arturo Wong Sagel nos introduce en lo absurdo que puede ser todo, un Pirandello tropical acaso con “Paisaje clandestino” (2019). Ese mismo mundo absurdo, pero con un tono de prístina y sensible ironía, nos pinta Cheri Lewis con “Abrir las manos” (2013), entrando Annabel Miguelena a tejer de forma lúdica y a veces siniestra, pero siempre con humor, un mundo onírico –o no-, como lo hace en su libro “Punto final” (2005).
A pesar de que este dossier ha estado dedicado a la narrativa, les dejo una probada de poetas panameños – no mencionados anteriormente – que merecen la pena ser descubiertos, en una lista que no es cerrada ni restrictiva: Justo A. Facio (1859-1931), León A. Soto (1874-1902), Gaspar Octavio Hernández (1893-1918), Demetrio Korsi (1899-1957), Roque Javier Laurenza (1910-1984), Ricardo J. Bermúdez (1914-2000),Tobías Díaz Blaitry (1919-2005), José Guillermo Ros-Zanet (1930-2018), Diana Morán (1932-1987), Esther María Osses (1914-1990), Elsie Alvarado de Ricord (1928-2005), Bertalicia Peralta (1939), Manuel Orestes Nieto (1951), Pablo Menacho (1960), Lil María Herrera (1965), Katia Chiari (1969), Lucy Chau (1971), Gorka Lasa (1972), Eyra Harbar (1972), Salvador Medina Barahona (1973), Javier Alvarado (1982), Javier Romero (1983), David Ng (1985), Magdalena Camargo Lemieszek (1987) y Jaiko Jiménez (1994).
Espero haberles abierto una ventana a una literatura de la que se sabe poco. Los invito a profundizar en esta literatura que cruza lo universal y lo íntimo, el sol de los cañaverales y la desolación entre rascacielos, la sal del mar y el ahogo de los atascos vehiculares. Un canal entre todos los mundos posibles.
Edilberto González Trejos
Panamá, julio de 2021
Este dossier es una continuación, ampliación y complemento de aquellos que he publicado para la Revista “La Balandra” (Buenos Aires, Argentina, 2013) y para “Cuentos de Panamá: antología de narrativa panameña contemporánea” (Zaragoza, España, 2019).