El pabellón de los animales domésticos de Héctor Prahim por Roberto Montaña

Héctor Prahim, El pabellón de los animales domésticos, editorial Indómita Luz, Buenos Aires, 2019

Una letanía de la desilusión.

Vicente Battista dice que Jorge Luis Borges es un escritor de clausura. Los caminos que recorren sus relatos son de tal perfección –asegura–, que no pueden volver a ser transitados por ningún otro escritor sin sentir que está violentando un territorio sagrado. Algo de eso hay en los cuentos que componen El Pabellón de los Animales Domésticos, la voz que busca dialogar con algo inasible y la construcción de una intimidad singular donde dicho diálogo se lleva a cabo. 

Aunque Héctor Prahim no hable de laberintos infinitos ni de tigres azules, no abunde en magos soñadores ni en cosmos escondidos en sótanos de viejas casonas porteñas, su territorio imaginario no es menos extraño ni complejo, es el mismo que recorrieron Chéjov y Flaubert, Carver y Cheever: el vasto universo de las relaciones humanas. Tampoco podríamos afirmar que son relatos de clausura porque aspiren a la perfección –su tema es lo imperfecto–, si no que apunta al momento en el que suceden estas historias, siempre cuando algo termina, un matrimonio, un amor, una vida, un deseo. 

La prosa, morosa, precisa, a veces toma vuelo y tiene la resonancia de un poema, o mejor, de una letanía, sin embargo nunca deja de perder de vista la tierra, con pinceladas de humor, con referencias que en un primer momento pueden parecer caprichosas y son siempre atinentes. 

No importa que las historias sucedan en las orillas de una playa o de un río, en un paisaje nevado o en una atmósfera de intolerable calor,  en el corazón de una ciudad imprecisa o en los bordes mismos de los suburbios, en todos nos sobrecoge la misma sensación de extrañamiento, como si solo a través de ese extrañamiento nos pudiéramos liberar del lastre de los prejuicios para centrarnos en la vida de sus personajes, en la humanidad descarnada y vibrante que respira en cada una de estos relatos de una manera singular. Lo dice su autor magistralmente, en unas líneas que dialogan con lo mejor de la literatura: Algo grande sigue ahí, dando pelea para no ser sacrificado, tironeando de la línea sin mostrarse. 

Roberto Montaña