Un regalo de Papá Noel de Roberto Montaña por María Marta Ochoa

Roberto Montaña, Un regalo de Papá Noel, Editorial Desde la gente, Buenos Aires, 2020, 128 páginas

Sin los invasores de fin de semana, La Sirena volvía a ser lo que siempre fue y será: un solaz de pletórica y desbordante angustia. Así se refiere Walter  –el protagonista de El wáter de los sueños perdidos– al bar en el que se desarrolla ese cuento. Seis historias conforman el libro y en cada una de ellas, el desamparo, la falta de pertenencia, el abandono, la pérdida recorren como un río subterráneo la vida de sus protagonistas o incluso la de los personajes secundarios. Se respira un clima que recuerda la sordidez de El astillero de Onetti, los personajes sufridos y el ambiente indolente de Arlt. 

Pero ese aire de amargura circula en paralelo con la presencia insoslayable del humor. De pronto nos encontramos casi al borde de la carcajada, como puede ocurrirnos con el Quijote, con Ignatius J. Reilly  (de Tool), con Inodoro Pereyra (de Fontanarrosa), o en algunos episodios de Amarcord. En estas historias escritas en un registro ágil y coloquial, el humor desacraliza. Los personajes emprenden una búsqueda, en algún caso planificada, en otros, calibrada por el destino. Pero siempre llega un punto, un momento que en general tiene la fachada de la casualidad, en el que esos personajes alcanzan cierta reconciliación con el sufrimiento. 

Como ocurre en los cuentos y en casi todas las novelas de Vicente Battista, en los que se advierte una sincronización de relojería,  así también, en  estas seis historias de Roberto Montaña, nada sobra. Todo lo que aparece está ahí por algún motivo. Hasta el azar existe por alguna razón que se corresponde con la lógica interna del cuento. No hay cabos sueltos. “Un regalo de Papá Noel” nos muestra a un autor con pluma de cuentista y alma de novelista. Uno se deja conducir por las historias como si estuviera mirando una película o leyendo una novela, con tramas entrelazadas, personajes protagónicos y secundarios. Los seis cuentos son como pequeñas novelas o novelas mínimas, parafraseando Historias mínimas de Carlos Sorín, y tienen el espíritu de aquella película. En estas historias Roberto Montaña consigue que cada lector –habite donde habite, pertenezca a la condición etaria, sexual, social o cultural que fuere– se familiarice, y se identifique, incluso con lo que le es más radicalmente ajeno. El autor logra acortar distancias, emparejar diferencias. Así es como el lector se siente cómodo y hasta es capaz de ponerse de entrecasa con un hombre que recibe mensajes intergalácticos, con una chica que se instaló en el Uritorco gracias a una cita de Tinder, con un electricista que decidió estudiar filosofía, con un hombre disfrazado de Pato Donald, y con una viejita en camisón de franela y campera deportiva. Hasta con un Papá Noel farsante y egoísta. Porque después de haber leído el libro, todos nos sentimos comprendidos y hermanados, y sabemos, que pase lo que pase, siempre nos queda la vida.

María Marta Ochoa