Piedad Bonnett, Lo que no tiene nombre, Alfaguara, 2013
Signos y símbolos
Todos intentamos, a veces con éxito, darles un orden coherente a nuestras vivencias, para que de ese orden salga un sentido: los signos y símbolos de nuestra mitología personal. En este libro, Piedad Bonnet, poetisa colombiana, intenta darle sentido a la muerte. No es un ejercicio de ficción: Bonnet intenta comprender el suicidio de su hijo, Daniel, de veintiocho años. Es un ejercicio de rescate, de intentar recuperar ese tiempo que no es tiempo, salvar fragmentos de una vida que ya no es. Piedad se sumerge en la oscuridad sin orillas como lo hizo Orfeo en el Averno: buscando el alma de un ser querido.
No es un libro de autoayuda, que se ufana de proponer soluciones, no quiere actuar como manual, en ningún momento la autora erige un pulpito moral para contarnos como hay que manejar el trauma. Simplemente, pero con muchísima ternura, Piedad intenta dilucidar las razones que llevaron a Dani a matarse. Rearma la vida de su hijo que ya no está, nos relata su vida mientras intercala con impresiones y sensaciones internas de ella, intenta ver signos o símbolos que no pudo ver en su momento, intenta entender qué cadena de causalidades lo llevaron a esa decisión. Recapitula momentos, lo describe a él, lo llama desesperada en una oscuridad total, vuelve a contactarse con ex novias, terapeutas, hurga en sus diarios. Inmersa en un laberinto, Piedad termina rendida ante esta concatenación infinita de azares.
En ese momento, sin embargo, la rendición se transforma. Surge la resignación agridulce de una mamá que deja partir a su hijo. El relato se vuelve una despedida, un adiós al niño que le enrulaba el pelo a su madre mientras se iba quedando dormido, del adolescente que le pedía ayuda para escribir declaraciones de amor, del Dani adulto que usaba Doctor Martens gastados y pintaba autorretratos inquietantes.
Y Piedad, en el ultimo suspiro del libro, acepta la dolorosa muerte. Lo convoca en su mente, le acaricia el pelo y le dice “lo entiendo”. La autora logra algo asombroso: transmitir a través de signos y símbolos sensaciones que no caben en palabras. Momentos de su vida, de su muerte, impresiones y hechos son esos signos y símbolos que había intentado ordenarlos para comprender la muerte pero que ahora sirven, sueltos, para aceptarla. En el todo del relato encontramos esa plusvalía que en sus partes no está. Y, como Orfeo, ahora solo le queda cantarle al fantasma.
Lo que no tiene nombre es, simplemente, una lágrima hecha letra, una forma de cauterizar ese dolor, pero también recordarlo a él, a Daniel, que se tiró de un quinto piso a la edad de 28 años. Como dice Piedad: “Otros levantan monumentos […], yo he vuelto a parirte y lo he hecho con palabras, porque ellas no hacen las veces de tumba.”
Axel Moller