Una conversación con Antonio Ungar

Camilo Bogoya: Me parece que la locura es uno de los ejes de tus relatos y novelas. La locura psíquica, por ejemplo, está presente desde muy temprano; pienso en uno de tus primeros relatos, “Hipotéticamente”. Se trata de una locura que emerge en Zanahorias voladoras y que recorre tu obra hasta llegar al protagonista de Mírame. También predomina la locura política, a flor de piel en Tres ataúdes blancos y en Eva y las fieras. En tu escritura se pasa de la locura social a la locura de los individuos, de la locura de la Historia a la locura inherente a cualquier persona. Se percibe también una locura alegórica, pienso en “Un circo llamado Oskar”, y al mismo tiempo en el conjunto de tus novelas, donde siempre se está oscilando entre realismo y alegoría.

Antonio Ungar: Sí, la locura es un ingrediente muy importante de lo que escribo. Creo que el ‘equilibrio’ no existe, ni en la psiquis ni en el arte. Y si existiera el equilibro psíquico, sería aburridísimo escribir y leer libros al respecto. Los extremos en que habita la locura son para mí muy interesantes.

CB: Hablemos de Mírame. La novela alude a los atentados de París en septiembre 2015. Las novelas y los libros de testimonio que se han publicado al respecto son abundantes. Sin embargo, Mírame se diferencia de ese caudal de obras, pues trata los hechos de una manera alusiva, indirecta, pues la novela acontece en un espacio imaginario que el lector puede fácilmente relacionar con París. Ya habías utilizado este mecanismo en Tres ataúdes blancos, novela en la que inventas una Miranda para no decir Colombia. ¿De qué te sirve inventar una ciudad, en vez de hablar de París directamente?

AU: Quise hacerlo así porque me servía para que el lector se familiarizara con la locura del protagonista (que ve en París algo así como un escenario de la lucha entre el bien y el mal). También porque quería enfatizar la idea de que esta historia sucedía en París, pero habría podido ocurrir también, con particularidades ligeras, en Barcelona, en Ámsterdam, etc.

CB: Mírame pareciera una novela para lectores europeos. O para atacar el estereotipo del escritor latinoamericano que escribe sobre sus realidades.

AU: Escribí Mírame porque el tema de la inmigración y el racismo me interesan, como inmigrante latinoamericano que ha pasado casi toda su vida adulta en Europa y como esposo de una mujer palestina. No tuve segundas intenciones, simplemente era una historia que me quería contar y que creía podría ser relevante para mis lectores.

CB: El protagonista de Mírame está construido a partir de varias paradojas: un xenófobo que se enamora de una inmigrante, un voyeur que es observado, un personaje siniestro que puede inspirar empatía, un traductor que vive de las lenguas extranjeras y odia a los otros.

AU: Creo que así funciona la realidad, casi nunca es unívoca, aunque las novelas unívocas vendan más [risas].

CB: El protagonista de Mírame utiliza una retórica radical. Su discurso retoma el imaginario de la extrema derecha, del terrorismo, de la cultura superior pregonada por el nazismo. Su lenguaje, o su escritura, pues escribe un diario, deja entrever una parodia de estos discursos radicales. Y a la vez recuerda el poder del lenguaje, de las palabras, mostrando que son las palabras las que fundamentan los totalitarismos y las peores acciones.

AU: De acuerdo, intenté dar todo el poder posible a la palabra (de la palabra de este racista medio loco). Su diario es preciso y afilado, y aunque sabemos que ‘se equivoca’, está lleno de convicción y determinación. 

CB: En Mírame hay pasajes en que la violencia y el sexo se unen. La narración pasa del extremismo político al extremismo sexual. En una época en la que todo se puede decir, ¿cómo te enfrentas a la narración de estas escenas que podrían rozar lo gratuito o lo innecesario?

AU: Me pareció necesario hablar del deseo sexual por el enemigo, tema del que se ha hablado mucho. Tener sexo, en la cabeza de un racista como el protagonista de Mírame, es un doble placer: uno físico, pero también uno mental, basado en la dominación del ser que es visto como inferior.

CB: Las reseñas sobre Mírame y Eva y las fieras enfatizan en el carácter político. Sin embargo, ambas son novelas de amor, un amor tormentoso, desgarrado, enfermizo.

AU: El amor me interesa mucho. Y creo que el amor contemporáneo tiene mucho de los adjetivos que usas. No me invento nada.

CB: Hay tres años entre Mírame (2018) y Eva y las fieras (2021). Ambas novelas comparten la escritura apretada y concisa, la densidad psicológica, la brutalidad de los acontecimientos. En Mírame el mal está, por decirlo así, ideologizado. Hay una justificación del mal, así sea infame. En cambio, en Eva y las fieras se narra el placer del mal, el placer de matar por matar. ¿Esto tiene que ver con la degradación del conflicto colombiano?

AU: Sí, el conflicto colombiano, cimentado en varias generaciones de abusos sangrientos, es un conflicto degradado, amoral. Se mata por matar, o porque matar da beneficios, o porque matar da placer. Ojalá los cambios políticos recientes sirvan para curar tanto dolor.

CB: Una de las imágenes más duras de Eva y las fieras es la de cinco niños curripacos que han muerto de hambre en sus hamacas…

AU: Viví un año y medio en la selva, entre el 98 y el 99. Por la contaminación del Río Atabapo, hubo una hambruna entre los indígenas Puinabe. Ninguno murió de hambre (paradójicamente porque el mismo Estado que los arruina permitiendo la minería ilegal y matando así los peces, los salvó mediante la intervención del ICBF, institución que en esa época estaba encargada de este tipo de emergencias).

CB: Regreso a los inicios de esta conversación. Tres ataúdes blancos y Mírame son novelas con territorios imaginarios. Sabemos que Miranda es Colombia, que la Avenue F y el Jardin V están en París. Las novelas juegan a los espejos y a los espejismos. Esa es su apuesta, proponer un territorio paralelo. Escribir directamente sobre Colombia, en Eva y las fieras, ¿es una respuesta, una crítica a la propuesta anterior?

AU: Me pareció que la historia de Eva y las fieras funcionaba mejor en la Colombia real, en la de las noticias. Fue una decisión técnica, pero también fue una decisión ‘moral’: creo que todos los que contamos historias de guerra tenemos la obligación de contribuir a que la violencia no se perpetúe.

CB: Desde tus primeros textos has mantenido una escritura que rechaza todo lo accesorio. Hay un culto a la depuración del lenguaje. Esa tendencia se vuelve más decisiva en Eva y las fieras, como si el lector fuera invitado a leer rápido y a acabar pronto.

AU: Sí. Y como el lector se queda con ganas de más, esta vez en Colombia me pidieron la continuación de la historia, y yo, a la ligera, le dije a unos periodistas que era la primera parte de una trilogía. Ahora estoy obligado a cumplir la promesa.