Espagne, monastère de Montserrat[1] (Catalogne), 1938/début 1939 : le lieu sert d’hôpital et d’imprimerie à l’armée républicaine à proximité du front. A quelques mois d’écart, les ouvrages de deux poètes sud-américains y sont imprimés : L’Espagne au cœur,de Neruda[2] et Espagne, éloigne de moi cette coupe, de César Vallejo[3]. L’article de Felipe González Alfonso nous propose d’entrer dans ces œuvres en suivant la figure des enfants, utilisée comme arme politique – la guerre les ayant projetés dans des « lieux extérieurs », ils servent déjà la propagande des deux partis belligérants.
Bien qu’« ennemis », les deux poètes partagent un cadre de référence commun : « le lien entre enfance, identité, territoire maternel et ordre politique dans une filiation ouvertement Marxiste ». Cependant chacun convoque en priorité l’un des symboles associés aux enfants au cours de cette guerre. La victime, l’enfant anéanti, renvoie chez Neruda à la menace de destruction des principes fondateurs d’une culture donnée puisqu’il est ce qui relie à l’identité profonde d’un peuple. En contrepoint, l’enfant-révolutionnaire de Vallejo associé à la figure du prolétaire, est un révolutionnaire en puissance capable de restaurer l’équilibre et l’ordre naturel qui ont été perturbés par la guerre.
Symbolique victimisante, symbolique édifiante : les images poétiques convoquées dans les deux recueils par la figure des enfants participent à l’effort de guerre, pièces importantes de réseaux de sens visant à convaincre le lecteur de la nécessité de la victoire républicaine dans ce combat qui est aussi celui de l’opinion nationale et internationale.
Madeleine Buet
[1] Informations sur l’imprimerie de Montserrat, notamment ici :
[2] Pour L’Espagne au cœur, il s’agit d’une réimpression (première édition en 1937 à Santiago du Chili).
[3] Un troisième ouvrage poétique est aussi imprimé sur ces presses en 1938 : Cancionero menor para los combatientes, 1936-1938, d’Emilio Prados (poète espagnol de la Génération de 27).
Niños aniquilados, niños revolucionarios:
Neruda v/s Vallejo
La figuración de los niños en España en el corazón de Pablo Neruda tiene como escenario lo que Claudio Guerrero, en su estudio sobre la infancia en la tradición poética chilena, ha llamado los lugares de afuera; y, aunque no pertenezca a esta tradición, lo mismo sucede, me parece, en el caso de España, aparta de mí este cáliz de César Vallejo (pero de alguna forma el libro de Neruda también es excéntrico a esta tradición, en la medida en que la infancia representada no pertenece a Chile, sino a España). Los niños a los que se refieren tanto Neruda como Vallejo, serían entonces “niños en la calle, niños en el campo, niños públicos”. Sin embargo, se encuentran en lugares de afuera por razones distintas a las de una proyección de la llamada “cuestión social” como sucede en la poesía chilena de la primera mitad del siglo XX, según apunta Guerrero; o al menos no principalmente por esto, sino porque se trata de obras de temática bélica, circunstancia en que, evidentemente, se produce una ruptura violenta entre los límites de lo público y lo privado, del adentro y de la fuera; entre los límites de la casa, que debería resguardar a los niños, y la calle o el espacio público, donde se encuentra el peligro potencial.
Alicia Alted Vigil ha estudiado el papel concreto y también simbólico que cumplieron los niños en la guerra civil española: en primer lugar, menciona que fueron los primeros afectados al diluirse las familias, por muerte, encarcelamiento o reclutamiento de los padres; en segundo lugar, pone de relieve su instrumentalización ideológica que tiene dos caras: por un lado, la infancia fue utilizada como símbolo edificante por los dirigentes políticos de ambos bandos, pues “eran las futuras generaciones llamadas a consolidar el triunfo”; por otro lado complementario, las imágenes de niños víctimas de la destrucción fueron utilizadas para deslegitimar al enemigo responsable y atraer aliados hacia la propia causa. A mi parecer, estos datos iluminan la lectura de los poemarios mencionados: si en un sentido poético Vallejo privilegia la primera opción “positiva”, es decir, la simbología edificante, Neruda adhiere, como veremos, a la cara opuesta de la misma moneda ideológica, la “negativa”, la figuración victimizada de los niños. Ambos, sin embargo, lo hacen estableciendo una constelación de significados entre infancia, identidad, territorio maternal y orden político republicano.
Según informa el mismo Neruda en sus memorias publicadas en 1974, España en el corazón se escribió cuando, pese al apoyo internacional, ese bando comenzaba a perder la guerra; cuando, según sus propias palabras, “Federico García Lorca ya había sido asesinado en Granada” y “Miguel Hernández, de pastor de cabras, se había transformado en verbo militante”. Mismo período en que, luego de convivir con los republicanos españoles durante los primeros meses de la guerra, el poeta navegaba al parecer desde Valencia a Francia. Con orgullo recuerda Neruda que fue Manuel Altolaguirre quien montó una imprenta en medio del frente del Este, en un monasterio cercano a Gerona, y que fueron soldados republicanos quienes fabricaron el papel y compusieron el molde para imprimir la obra en 1937.
Durante ese año Vallejo, por su parte, escribió los poemas de España, aparta de mí este cáliz, en París, luego de regresar del «Segundo congreso internacional de escritores para la defensa de la Cultura», y fue publicado póstumamente, en enero de 1939, también por el ejército republicano del Este. En el mencionado congreso coinciden ambos poetas y, algunos meses después, en París, se inicia la poco amistosa relación entre ambos, de la que Juan Larrea, quizá exagerando sus consecuencias, responsabiliza a Neruda, al decir que éste “acusó públicamente [a Vallejo] de trotskista (…) y lo peor, impidió que se le confiara un trabajo retribuido que le correspondía por muchas razones y que quizá le hubiera salvado de aquella su lastimosa muerte”.
Gestados en el contexto de la Guerra Civil, de solidaridad poética con el conflicto y en medio de la guerrilla literaria entre escritores latinoamericanos, ambos poemarios, España en el corazón y España, aparta de mí este cáliz, poseen una común función política al invocar la infancia y la figura de los niños. Me refiero a la función de persuadir al lector de la necesidad del triunfo del ejército republicano, pero dadas las idiosincrasias propias de ambos poetas, las obras divergen en cuanto al tratamiento, a la manera en que invocan la infancia y a los niños para efectuar ese gesto político.
El mencionado estudio de Claudio Guerrero, quien elabora una larga tipología de niños en la poesía chilena, observa en la obra de Neruda la preponderancia del “niño bosque”, vinculado esencialmente al entorno natural: “…el bosque nerudiano —dice— es una suerte de Jardín del Edén, el paraíso perdido en la tierra, la materia orgánica de la cual nace la poesía. Acto fundacional que vincula infancia y poesía”. Más adelante, agrega que “[s]e trata, en definitiva, de una infancia de descubrimiento y asombro, misterio y revelación…”; infancia que en Canto general (1950), tomará cuerpo bajo la figura de “un niño americano que rápidamente crece con vocación histórica para documentar la historia de América…”. De manera que, aludiendo a la cita bíblica, podría decirse que en el pensamiento de Neruda, especialmente en las “Alturas de Macchu-Picchu” pero ya in nuce en España en el corazón, solo convertido en un niño el poeta podrá entrar al reino de esa identidad americana perdida y enterrada en la infancia histórica del continente, esa que el poeta visionario intenta recuperar cuando en la ciudad incaica hunde “la mano turbulenta y dulce / en lo más genital de lo terrestre”.
Teniendo en cuenta estas anotaciones, puede decirse, por lo tanto, que si la infancia es, para Neruda, fundamento identitario, denunciar su aniquilación es, entonces, denunciar una infamia que amenaza con destruir la base existencial de una cultura. Y así, en sus poemas de guerra el “niño bosque” se transforma, diría yo, en “niño aniquilado”; símbolo de una amenaza al corazón mismo de España y de la cultura hispanoamericana. El fascismo falangista representa en este libro lo mismo que el capitalismo norteamericano en el Canto general: el enemigo de la naturaleza del ser hispanoamericano; naturaleza en el doble sentido de esencia y hábitat. En el poema “Llegada a Madrid de la Brigada Internacional”, el hablante denuncia:
Por las calles la sangre rota del hombre se juntaba
con el agua que sale del corazón destruido de las casas:
los huesos de los niños deshechos, el desgarrador
enlutado silencio de las madres, los ojos
cerrados para siempre de los indefensos,
eran como la tristeza y la pérdida, eran como un jardín escupido,
eran la fe y la flor asesinadas para siempre.
En versos que recuerdan las estremecedoras imágenes de muerte y destrucción de las crónicas de la conquista —pienso en los textos de Visión de los vencidos (1959) recopilados por Miguel León-Portilla[1]—, Neruda identifica la matanza de niños con una naturaleza ultrajada y deshonrada: “jardín escupido”; “flor asesinada”, donde el vínculo entre infancia, naturaleza e identidad se encuentra poéticamente sugerido. A los culpables de este descalabro, Neruda no tiene problema en señalarlos. En el poema “Explico algunas cosas”, dice:
Bandidos con aviones y con moros,
bandidos con sortijas y duquesas,
bandidos con frailes negros bendiciendo
venían por el cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como sangre de niños.
Responsables de la barbarie —tres veces asesinos de “niños”— y enemigos del pueblo son, a juicio de Neruda, la monarquía, la iglesia y los militares, como es patente en esta imagen de impronta futurista, en que los miembros de esos grupos bombardean a los niños desde el aire. Frente a la catástrofe, en el poema “El General Franco en los infiernos” Neruda efectúa un ajusticiamiento poético extraño a su filiación comunista: con un guiño más que evidente al reparto moral dantesco, castigará al dictador en una dimensión espiritual aterradora, y por medio de los mismos niños asesinados:
…Todas, todos los tristes niños descuartizados,
tiesos, están colgados, esperando en tu infierno
ese día de fiesta fría: tu llegada.
Niños negros por la explosión,
trozos rojos de seso, corredores
de dulces intestinos, te esperan todos, todos, en la misma actitud
de atravesar la calle, de patear la pelota,
de tragar una fruta, de sonreír o nacer.
Tal contraste ideológico, quizá se explique por el hecho de que el pensamiento político de Neruda parece haberse definido sólo poco después del advenimiento de la guerra, y al parecer en esta circunstancia radicaría la enemistad con Vallejo. Juan Larrea es de nuevo quien hace la relación anecdótica no del todo confiable —ya que era acérrimo amigo de Vallejo—, pero significativa de todos modos, sucedida en 1937, cuando los tres implicados se encontraban ya en París. En cierta oportunidad, Neruda recriminó insistentemente a Vallejo en relación a su actuar político, ante lo cual, nos dice Larrea,
Vallejo trató de eludir la querella, pero Neruda insistía tozudamente en sus recriminaciones. Cuando llegaron las cosas a un grado de tensión difícilmente soportable, intervine resueltamente para recordarle a Neruda que él era un novicio en cuestiones marxistas, mientras que Vallejo había estudiado y practicado la materia durante años.
La filiación de Vallejo más antigua y auténtica que la de Neruda, según sugiere Larrea, es, de hecho, explícita en el poema homónimo de España, aparta de mi este cáliz, en la invocación que encabeza tres de sus estrofas: “Niños del mundo…”, que en el polarizado contexto de su escritura, no puede sino enviar al lector a la consigna del Manifiesto comunista, “Trabajadores del mundo, uníos” (Proletarier aller Länder, vereinigt euch!), según reza la traducción más extendida[2]. Y así se establece una cierta correspondencia entre las clases sociales desmedradas y la infancia, constelación de significados en que, según el título del poema y su alusión bíblica, el poeta aparece como una figura crística que interpela a los “niños-obreros” del mundo, potenciales revolucionarios, con el fin de que impidan la caída de la República. Si Neruda denuncia la muerte de los niños españoles en medio de la guerra, Vallejo arenga a los niños de otros países (¿los brigadistas internacionales, quizá?) para que colaboren en la defensa de España:
Niños del mundo,
si cae España —digo, es un decir—
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!
Lo que está en peligro es la pérdida de la infancia misma; aludiendo al tópico medieval del niño-viejo (puer-senex), el hablante arenga a los niños del mundo advirtiéndoles, con urgencia exclamativa, de la amenaza de una precipitada vejez. Así hace eco a la advertencia de Marx en el Manifiesto, cuando señala el peligro que se cierne sobre la infancia a causa de la industrialización desregulada: “…cuanto mayor es el desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo de los hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños” (y en el poema XIV del libro, de hecho, Vallejo poetiza el intertexto marxista: “¡Cuídate de la hoz sin el martillo, / cuídate del martillo sin la hoz!”). La misión de los niños en el poema “España, aparta de mí este cáliz” es, entonces, salvaguardar tanto la infancia como la identidad arraigada en el territorio y en los trabajadores de su “madre España”, mutilada en el presente:
¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra madre con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!
La “madre España” es, a su vez, garantía de la infancia, raigambre con cierta autenticidad cultural: es altura y suma, entre otras cosas, dice Vallejo; Madre España se titula, además, la antología-homenaje de los poetas chilenos publicada en 1936, en apoyo al bando republicano. El título ya simbolizaba el vínculo de subordinación parental entre América y España que poéticamente se había planteado mucho antes, aunque masculinizado, en la advertencia “A Roosvelt” que Darío escribió en 1904 ante la amenaza que EE.UU. comenzaba a constituir para Latinoamérica desde la derrota infringida a España en 1898: “Tened cuidado. ¡Vive la América española!, / hay mil cachorros sueltos del León Español”. La figura de la infancia en el poema de Vallejo, se encuentra de algún modo implícita en los versos de Darío; es la del “niño revolucionario” que no aparece en la tradición poética chilena, al menos según la tipología de Claudio Guerrero. En la tercera estrofa del poema se hace presente esta figura:
Niños,
hijos de los guerreros, entre tanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
Hijos de los guerreros o, al decir previo de Darío, cachorros del León Español, los niños deben propiciar el recobro de una energía primigenia que la madre está perdiendo. Hay una ligazón que es preciso reestablecer y que se corresponde con el talante religioso del título del libro, España, aparta de mí este cáliz. La denuncia es que el poder se encuentra desencajado de su pretendido eje ético desde la irrupción falangista en julio de 1936. La prueba en lo real son los niños muertos y desplazados; en el orden poético de Vallejo, es la consiguiente desconexión entre los reinos de la naturaleza y el universo, que pone en riesgo el mecanismo de la totalidad, por eso “España está ahora mismo repartiendo / la energía entre el reino animal, / las florecillas, los cometas y los hombres”; los niños, por su parte, sugiere el poema, deberían ocuparse del nexo entre el territorio y la sociedad re-estabilizando el orden republicano alterado. Aunque en el libro de Neruda la mutilación de los niños no supone un quiebre del orden universal —Franco no escapa a la economía moral cristiana—, sí supone una desfiguración perversa de la sociedad, en específico de la función protectora del ejército y la iglesia.
Como se ve, además del arsenal vanguardista donde campean las imágenes desconcertantes, de difícil figuración, Neruda y Vallejo tienen en común el vínculo entre infancia, identidad, territorio maternal y orden político desde una filiación política abiertamente marxista. Y ambos se apropian de un imaginario que, por así decir, estaba en el aire. Luego del bombardeo a Guernica en abril de 1937, se extendió hasta la opinión pública internacional el lema “Ayudad a los niños de España”. Ahora, si Neruda enfatiza la ruptura, la sangrienta matanza de niños, bajo la figura propuesta aquí del “niño aniquilado”, Vallejo, en cambio, como hará Neruda sólo varios años después en Canto general, enfatiza el rol renovador y re-ligador de las víctimas bajo la figura del “niño revolucionario”, cuya fuerza potencial es imprescindible para imponer la justicia y recomponer un orden social, el de la República, orientado —nos insinúa el poema— por un mandato cósmico intrínsecamente solidario.
Felipe González Alfonso
Para esta lectura he revisado los siguientes textos:
Alted Vigil, Alicia. “Las consecuencias de la Guerra Civil española en los niños de la República: de la dispersión al exilio”. Espacio, Tiempo y Forma (1996): 207-228.
Darío, Rubén. “A Roosevelt”. Poesía. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1985.
Guerrero, Claudio. Qué será de los niños que fuimos. Imaginarios de infancia en la poesía chilena. Valparaíso: Ediciones Inubicalistas, 2017.
León-Portilla, Miguel. Visión de los vencidos. Universidad Nacional Autónoma de México, DGSCA, Coordinación de Publicaciones Digitales.
Marx, Carlos y Federico Engels. “Manifiesto del Partido Comunista”. Textos escogidos. México D.F: Ocean Sur, 2011.
Neruda, Pablo. “Alturas de Macchu-Picchu”. Canto general. Santiago: Seix Barral, 2011.
__________. Confieso que he vivido. Santiago: Copesa Editorial, 2004.
__________. Tercera residencia. Buenos Aires: Losada, 1961.
Trapiello, Andrés. Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939). Barcelona: Editorial Planeta, 1994.
Rubio, Rafael. “Comentario a España, aparta de mí este cáliz”. Vallejo esencial. Valparaíso: Editorial Universidad de Valparaíso, 2014.
Vallejo, César. “España, aparta de mí este cáliz”. Vallejo esencial. Valparaíso: Editorial Universidad de Valparaíso, 2014.
[1] Sobre todo, en el poema “Los últimos días del sitio de Tenochtitlan”: “Y todo esto pasó con nosotros. / Nosotros lo vimos, / nosotros lo admiramos. / Con esta lamentosa y triste suerte / nos vimos angustiados. // En los caminos yacen dardos rotos, / los cabellos están esparcidos. / Destechadas están las casas, / enrojecidos tienen sus muros. // Gusanos pululan por calles y plazas, / y en las paredes están salpicados los sesos. / Rojas están las aguas, están como teñidas, / y cuando las bebimos, / es como si bebiéramos agua de salitre. // Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe, / y era nuestra herencia una red de agujeros. / Con los escudos fue su resguardo, pero / ni con escudos puede ser sostenida su soledad”. El verso “y era nuestra herencia una red de agujeros” es intempestivamente nerudiano: “y era como una copa negra que bebían temblando”.
[2] La Cartilla Escolar Antifascista, de 1937, elaborada para alfabetizar a los niños de la República, incluía frases “a tono con la lucha heroica que está sosteniendo el pueblo español contra los traidores de España, aliados a los invasores extranjeros”; entre otras, “Proletarios de todos los países, uníos”.