Eduardo Fernando Varela, Roca pelada, Tusquets, 2023
Proust, en su monumental obra dedicada a lo efímero, decía que el verdadero paraíso es el paraíso perdido. Pero, ¿qué pasa si no tenemos nada que perder, ni ganar? ¿Sin tiempo hay memoria? En Roca Pelada, el escritor argentino Eduardo Fernando Varela nos eleva a cinco mil metros de altura para contarnos la historia del teniente Costa, el encargado de dirigir un inhóspito puesto fronterizo llamado la Guardia de la Frontera ubicado en la localidad Roca Pelada. Una frontera hecha de piedras blancas los separa de la Ronda de los confines, un complejo militar donde están alojados los carabineros del país vecino con el cual hay una tensión histórica. Los días del teniente Costa se entremezclan en un continuum sin forma. Rodeada de picos interminables, un aire demasiado límpido, poco oxígeno y un paisaje estático, la vida no avanza ni retrocede. Poco a poco nos vamos introduciendo en la monotonía de unos soldados poco convencidos de su tarea: cuidar una frontera que a nadie le importa. Sus objetivos: mover las referencias fronterizas para ganarle unos metros a los carabineros, robar meteoritos sin ningún valor, organizar partidos de futbol imposibles de jugar por la altitud y esperar el tren con provisiones que siempre llega tarde. A su vez, Varela logra introducir el humor que funciona como un tubo de oxígeno.
En un momento del relato, el teniente Costa pone un libro abierto boca abajo, empujando la tapa y la contratapa para que el lomo se eleve como un pico. Con este movimiento intenta explicar la formación de la cadena montañosa en donde están viviendo. La llegada de nuevos reclutas provenientes de los pantanos de un país que nunca se nombra, la aparición de un viejo loco que se pasea por el paraje sin pedir permiso y Vera, la nueva comandante de la Ronda de los confines, funcionan como placas tectónicas que hacen temblar la vida plana de Costa. El movimiento despierta a los personajes, los hace vivir y con las vivencias llegan los sentimientos. Un sardónico sargento que deserta hacia el otro lado de repente se vuelve melancólico por lo que dejó atrás, un comandante que pide la transferencia hacia un puesto cerca del mar se da cuenta que la montaña lo cambió para siempre, los reclutas del pantano encuentran la felicidad lejos de éste y Costa, enamorado y abandonando por Vera, decide dejar atrás lo único que tuvo en su vida: el uniforme militar.
Con muchos aciertos y algunos errores, Varela logra suspender el tiempo y espacio (nunca sabemos los nombres de los países, ni la época) para tratar de reducir al máximo los distractores y hablarnos del universal y eterno mundo de la humanidad. Los paraísos perdidos empiezan a erigirse como picos inalcanzables pero presentes, teñidos de un humor absurdo (ese absurdo que nace del silencio ante una pregunta hecha en voz alta) que nos permiten ver que aun en los lugares mas inhóspitos, aun en el sinsentido mas vacío, entre minerales, meteoritos y rocas la humanidad puede florecer.
Axel Moller